Julito

N.M.


Insoportable. Así es Julito. Alguno que otro lo saluda porque da cierto cariño verlo después de tantos años en la tribuna. Llueva o truene, perdamos o ganemos, juguemos contra un grande o contra una murga del Interior, el tipo está siempre. Pero eso sí, que manera de putear… abre la boca y suelta un vendaval de carajeadas, protestas, ironías filosas. Y no se salva nadie eh, ligan las cuatro patas: jugadores, dirigentes, cuerpo técnico y también hinchas. De paso, rivales, empleados, y políticos también reciben. Un tiraculo con todas las letras.

Partido cualquiera. En la previa, ya Julito sube los tablones quejándose. Que la cancha es un desastre, que cuándo van a arreglar los baños, que se cae a pedazos el techo de la platea. Después se prende el primero de sus cinco puchos por partido (los contamos y el demente obsesivo fuma siempre cinco, el partido que sea; ni uno más ni uno menos), pasea su mirada lastimosamente por la más o menos poblada tribuna y arranca con su optimismo. “Nos merecemos ir al descenso” dice invariablemente (ya sea que estemos últimos o con el mejor promedio, eso no importa). “Quince gatos locos somos. Todos cómodos, se quedan en casita si hace frío. Antes llenábamos la tribuna, ¿qué digo la tribuna? ¡La cancha entera rebalsaba!”

Mi viejo es vitalicio y puede dar fe que antes iba más o menos la misma gente que ahora, pero no se lo digas a Julito porque es capaz de insultarte varias horas seguidas. No le toquen el pasado al viejo. Aunque siempre fue igual. De hecho, varios veteranos lo recuerdan gritando cosas tales como “¡Che, tráiganlo a Garabal (delantero de la década del 50), jubilado y todo va a jugar diez veces más que este pobre potrillo!” (el “pobre potrillo” era el Beto Márcico).

Lo mismo con los jugadores, técnico y por supuesto árbitro, a los cuales castiga despiadadamente desde el minuto 0. Lo que sí hay que reconocerle es que despliega ingenio, y entre las puteadas secas aparecen cada tanto algunas burlas hilarantes. “¡Che, Castro, se te salió la herradura!”, “Bien seis, sos buen tipo. Ahora pedile al de ellos que te la devuelva”, “Por Dios, mirá como patean un córner… y pensar que yo lo vi jugar a Arregui” “Sacalo al ocho que se olvidó el andador”, “¡Lineman, terminó la carrera eh, podés bajar la banderita y metértela despacito en el medio del orto!”, y así sucesiva e incansablemente.

Sufre los noventa minutos y el descuento, sea cual sea el resultado. Jamás se va contento de la cancha. Sí, grita los goles, pero es un ínfimo respiro; enseguida contragolpea con furia: “¡Te equivocaste inútil, la metiste adentro del arco! ¡Menos mal que es la primera vez!”, “Bien, parece que hoy los dirigentes les pagaron a estos troncos… se hubieran acordado antes, los ineptos, y estaríamos primeros”.

A veces creo que prefiere las derrotas. De hecho, cuando eso pasa, rezonga igual que siempre pero agrega un leve matiz de satisfacción en las confirmaciones de sus invariables predicciones catastróficas: “¿Qué les dije? Ellos son mucho mejores, en todo. Y ustedes, que de fútbol no entienden nada, se ilusionaron… no pueden ganarle a nadie estos chicos, a nadie.” Tira su quinto pucho y se va a la casa, sin aplaudir nunca al equipo. Ni siquiera cuando gana. “Salgan campeones si quieren que los aplaudan, burros.”

Viene y se va de la cancha solo. Nadie sabe si tiene esposa, o amigos (jamás mencionó una u otra cosa). Yo considero imposible algo así: no debe existir ser humano capaz de soportar más de tres horas a semejante espécimen.

Varias veces estuvo cerca de ligar una paliza. No hay jugador ni dirigente que se salve, así que en más de una oportunidad algún familiar de una de las víctimas lo increpó y amagó pegarle. También alguno de la barra casi se le fue al humo cuando Julito gritaba que “esta manga de infelices no sirve ni para putear a los jugadores”. Por suerte todos conocen a Julito y siempre ponen paños fríos antes de que lo fajen. “¿Cómo le vas a pegar? Es Julito che, dejalo…” es el argumento inapelable. Y basta mirarlo: toda su belicosidad verbal se almacena en un esmirriado cuerpo de setentón bajito, delgado, incapaz de agredir físicamente a alguien. Lo suyo es la violencia verbal.

Yo era uno de esos que no lo soportan. De hecho, muchos partidos fui a otras partes de la tribuna para no escucharlo. Pero con el tiempo uno se acostumbra a todo. Pasa a ser un ruido de fondo, como cuando se vive al lado de las vías y después de unos meses ya no se escucha el tren. Hasta ese día en que le contestó tan bien al cafetero. Ahora lo miro distinto a Julito. Como a un tío viejo, medio loco y rompebolas, pero al fin y al cabo de la familia.

Era una tarde tranquila, nublada y fría. Penúltima fecha, y ninguno de los dos equipos se jugaba nada importante. El partido, un anodino cero a cero con San Martín de San Juan. En la cancha no había ni dos mil personas, un clima casi de entrenamiento. El cafetero insistía en ofrecer su brebaje (alguna vez tomé sus pócimas, y ese líquido negruzco y maloliente difícilmente pueda ser denominado “café”), pero no vendía nada. Harto de la indiferencia general, el tipo se paró a un costado, movió la cabeza despectivamente y dijo a media voz: “Como se ve que esto no es Boca…”

Julito cortó una retahíla de improperios al árbitro (su delito había sido cobrar un foul indiscutible) y lo miro fijo al cafetero. Con total tranquilidad, le respondió: “Claro que esto no es Boca… acá estás entre gente.” El cafetero no entendía nada, y se fue acompañado de las risas de los pocos que habían escuchado la genial respuesta. Menos entendía yo: era la primera vez que escuchaba a Julito decir algo en defensa nuestra. Tan asombrado estaba que no le sacaba la vista de encima. El viejo me miró, se sacó el pucho de la boca (debía ser el segundo, dado que promediaba el primer tiempo) y me explicó: “De Ferro no se ríe nadie, pibe. Ni Boca, ni River, ni la puta que lo parió… club como el nuestro y con hinchas de fierro como nosotros no vas a encontrar en ningún lado. Vas a ver en unos meses, cuando ascendamos, como les pintamos la cara.”

Sonreí, e iba a contestarle amigablemente, pero él ya estaba insultando rabiosamente al cinco nuestro, que acababa de tirar un pelotazo a cualquier parte.