El tren pasa sólo una vez (extraído de: www.don-patadon.com)

Antonio Schweinheim


“El tren sólo pasa una vez, pibe” era la frase que solía repetirle Santiago Matizé a sus representados.

Santiago Lucas Matizé era un abogado de poca monta que había entrado casi de casualidad al mundo de la representación de jugadores. Su primer y último caso en la justicia fue el juicio que le hizo el ex lateral de Racing, Jorge Port, a su representante, por aquel entonces el señor Rafael Palermo. Santiago, que por entonces trabajaba para un estudio importante, tomo el caso ya que el resto de los abogados abogados del estudio no querían trascender en forma mediática. Caso curioso para un grupo de abogados pero, como era prestigiosos, preferían salvaguardar ese halo de prestigio a tener notoriedad por salir en televisión.

Jurídicamente hablando, el caso versaba sobre la desvinculación contractual del jugador Port con Palermo ya que este último se quedaba con grandes y suculentos porcentajes de su sueldo. El doctor Matizé defendía a Palermo y gano el litigio. No iba a ser la primera vez que iba a hacer perder plata a un jugador de fútbol. Matizé olfateó como esos viejos sabuesos ingleses el dinero que circulaba en el fútbol. Porque a él no le gustaba el fútbol, nunca había ido a la cancha y si veía algún que otro partido de la selección era para poder tener un tema de conversación al otro día. A Matizé no se lo conocía como hincha de ningún club. Algunos dicen que era de Boca, otros de San Lorenzo o Ferro, por el barrio de Caballito, barrio en el que se crió. Pero la verdad es que el fútbol, como sentimiento, no le importaba en absoluto. El joven Santiago, a la fuerza del dinero, comenzó a meterse en el mundillo del fútbol. Sería representante.

Como todo profesional que recién comienza, requería un esfuerzo significativo. Recorría las inferiores de los clubes, apalabrando dirigentes de poca monta y a padres ávidos de que sus hijos sean profesionales de futbol. Fue un trabajo de hormiga y a largo plazo. Renunció al estudio jurídico al que tanto esfuerzo le había conseguido entrar. Debía romperse el lomo en aquel estudio jurídico como veinte años para poder tener algo de holgura financiera. Acá con un poco de cintura, en años iban a germinar todos esos pibes y se iba a forrar en guita.

Tal como lo había planeado, a los cinco años habían florecido varios juveniles. Por ejemplo el mediocampista derecho de Los Andes, Alexis Tuff. Tenía una gran pegada y un andar exquisito. Su pase fue valuado en diez millones de dólares, una cifra record para el club. Sin embargo se fue por unos tres millones y medio a Boca Juniors, muchos denunciaron irregularidades en el pase pero la cosa no prospero. Luego de una gran temporada en Boca, el Sevilla de España había ofrecido unos quince millones de euros por el pase de Tuff. Sin embargo termino recalando en el Al Jallub de Emiratos Árabes Unidos por unos once millones de pesos. Otro representado de Matizé era Ernesto Casasco, delantero del River Plate. Un delantero providencial. Hizo dos goles el día de su debut y al terminar el año llevaba trece tantos en veinte partidos. Rápidamente fue convocado a la selección Sub-20. Los ojos de la Juventus de Italia se posaron sobre el pibe, pero otra vez su destino estuvo lejos de las grandes vidrieras internacionales de los grandes equipos. Casasco fue vendido al FC Norra, de Israel. Así hubo infinidades de jugadores que frente a una buena oferta de equipos grandes europeos iban a otro, mucho más pequeño y de países que no tenían una tradición futbolística. Podríamos citar el caso del “conejo” Baigorria de All Boys, del “petiso” Baracz de Banfield o de Juan Cruz Clemente el recio defensor de Lanús que termino jugando en Ucrania. Todas estas jóvenes promesas arruinaban sus carreras yendo a estos clubes que no los conocía ni el mismo hincha de esas latitudes. Cuando volvían ya estaban rotos o habían perdido todas ganas de seguir jugando. Lentamente se transformaban en mercenarios tal como su representante, Santiago Matizé.

—Mira pibe, el tren pasa solo una vez en la vida —comento Matizé mientras se encendía un cigarrillo mentolado— A vos te parecerá una mierda irte al Kalavetermara Sports de Marruecos, pero pensá que te van a pagar una fortuna. Jugas una temporada ahí y te salvas para toda la vida. Es ahora o nunca. Con la gloria solamente te vas a cagar bien de hambre.

—Es que… no sé —dijo dubitativo Juan Manuel Gómez, un enganche de 21 años perteneciente a Independiente— la verdad que es una cultura muy diferente, no se no me voy a adaptar…

—Esas son boludeces, Manuelito —lo paro en seco Matizé— Maradona cuando se fue al Barcelona, también se fue a una cultura diferente.

—Pero a mi hijo lo querían también desde la Lazio —Intervino Carlos Gomez, padre del enganche— además tengo entendido que quiere pagar más.

—No maestro, no es así —Se puso serio Matizé—la Lazio quiere pagar diez millones, pero en cuotas y además de esa plata a su hijo le toca solamente el diez por ciento pero no de ese total. A ese importe tiene que descontarle los impuestos, los honorarios de los intermediarios, varias comisiones. Su hijo va a ver muy poca plata. Yo estoy para velar por los intereses suyos, Carlos.

—Si lo sabemos y le estamos muy agradecidos —dijo Carlos mientras le daba la mano a Matizé como “cerrando” la operación— hagamos nomas el pase.

Santiago Matizé era un sinvergüenza. Más que un secreto a voces era una verdad a gritos. El negocio consistía en arreglar un monto fijo o un porcentaje por izquierda para “convencer” al jugador para que acceda a irse a un determinado equipo por más remoto que fuese el destino. Todos los jugadores caían en la trampa, se dejaban convencer por la supuesta “diferencia” que podían llegar a hacer en algún club extravagante. Santiago Matizé estuvo más de 25 años en el negocio. Los pibes, al ver que podían ganar un mango más, se iban donde él quería. El único que ganaba con esto era Matizé. La junto en pala, gano millones y millones. Un fangote tras otro. Hasta que ocurrió la tragedia.

El Dr. Santiago Matizé había contraído matrimonio con la modelo Miguela Zamborián en segundas nupcias. De esa unión había nacido Ángela, su única hija. De niña le hacía honor a su nombre, era como una angelita cachetona de enormes ojos marrones, una sonrisa blanca que hacía referencia al mismo cielo. Ángela o “lita” tal como la llamaban en la familia era la perdición de Matizé. Siempre, desde niña, la llevaba a su oficina de Retiro. Pero la niña creció y se transformó en una hermosa mujer. Lita estudiaba abogacía como su padre y, como era una mujer independiente, también trabajaba. Era la asistente de su padre en la oficina. En cada reunión era ella la que recibía a los jugadores. Como todos saben, los jugadores tienen una enorme capacidad para el levante. Todos los representados por Matizé intentaban— en vano— poder conquistar a la hermosa hija del representante.

El único que pudo doblegar el corazón de esta preciosa muchacha fue David Chevalier. Un juvenil arquero de 20 años procedente de Almagro. David poseía una contextura física envidiable. Ojos celestes como el reflejo del cielo en el mar. Tenía una barba de días que le daba aspecto de rustico, pero un rustico dulzón, como aquellos muebles “avejentados” adrede para hacerlos parecer antiguos. Ambos jóvenes se enamoraron y vivieron un romance único. Eran el uno para el otro. A Matizé no le gustaba nada la idea de que su hija este noviando con un jugador de futbol. La idea lo horrorizaba. Sin embargo como el típico malandrín que era, de boca para afuera aceptaba el noviazgo. Pero se la pasaba pensando en la forma de deshacerse de aquel infeliz. Hasta que un día llego un fax del Al Bullah de Siria, solicitando los servicios de un arquero. Matizé no lo dudó ni un minuto y lo llamo a David Chevalier, quien aceptó gustoso ya que estaba ahorrando algún dinero como para poder casarse con Lita. Matizé sonrio maliciosamente. Ni siquiera los ruegos de su propia hija hicieron desistir a Matizé de deshacer la operación. No hubo caso. Chevalier partió contento hacia Siria con la promesa de volver pronto.

Ángela quedo con el corazón destrozado. Los llamados diarios y de las comunicaciones que tenían por Skype, para ella no eran suficientes. Ella quería tenerlo en sus brazos, consolarlo y ser su sostén en la lejanía de medio oriente. No aguantó más e invirtió sus ahorros en un pasaje hasta Siria para estar con su amado. Obviamente Matizé insulto en todos los idiomas y, por primera vez, le mostro su verdadera cara a su hija. Sin embargo ella, mujer independiente, partió hacia Siria en busca de los brazos fornidos de Chevalier.

Y la noticia lo tomo por sorpresa. Un viernes por la noche, mientras cerraba otro engaño a algún indefenso jugador de fútbol, sonó el teléfono. Cancillería se había comunicado con él para informarle la muerte de su hija y su yerno, en un atentado terrorista con un coche bomba en el hotel donde ambos se alojaban.

No pudo ni siquiera colgar el teléfono. Ya no era él. De golpe comprendió que en el dinero no estaba todo. Ya era tarde. Los latidos del corazón amenazaban con ir más allá de sus costillas. Su cabeza comenzaba a latir y su estómago sentía un vacío de dolor. Sus millones de dólares no lo consolarían. Bajo por las escaleras rápidamente. Llego hasta el subsuelo donde tenía su moderno auto alemán. Salió y acelero sin rumbo. Era un alma perdida dentro de un ataúd de metal que aceleraba en el empedrado mojado de la triste llovizna nocturna.

Su auto fue encontrado con la puerta abierta, al lado de las vías. La policía científica fijo su muerte alrededor de las 22.45 horas. Se había arrojado en las vías dándole fin a su vida. Ese tren que solo pasaba una vez en la vida y que Matizé tanto había anunciado, esta vez pasó por él.

Lo lloraron su hija y su yerno, quienes erróneamente habían sido puestos en la lista de fallecidos de un atentado en Siria.